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lunes, 15 de febrero de 2016

La mirada del fotógrafo







Puntual como cada mañana la vio aparecer, con la mirada perdida, contando los adoquines de la vieja calle por la que caminaba, nada podría haberle hecho levantar aquella mirada del suelo.

Ese aire de melancolía ceñido a su cuerpo como el uniforme de la tristeza que paseaba cada día, sin falta, sin pausa, cadenciosa y lenta, entre el claroscuro de la intempestiva mañana. Tan temprano, ella iluminando las calles al compás de la tenue luz de la nublada mañana…

Un día más, como tantos otros, esa mujer se había convertido en la razón por la que despertar tenía algún sentido. Cada noche ponía en hora su despertador para no perderse la escena. Era el único acicate que insuflaba el oxígeno de la vida en su rutina repetitiva,  la razón que le sacaba de la cama y que le obligaba a levantarse para asomarse ante aquella ventana, cada día. Desde donde la contemplaba como si de una performance se tratara. Siempre el mismo recorrido, apenas unos minutos de diferencia entre los días,  la única pauta inesperada en  el horario.  El estaba alerta con antelación, por si se anticipaba o atrasaba, pero hasta en eso, era recurrente.

Alrededor de las nueve aparecía por el extremo de la perpendicular, desde la esquina izquierda hacía su entrada triunfal en su pasarela particular. Al ser una zona restringida de tráfico se podía permitir el lujo de caminar por el centro de la calle, como si tuviera  miedo a que alguna de las cornisas de los antiguos tejados pudiera desprenderse. Pero claro, esta era la visión de el, imposible imaginar la verdadera razón de ella, para hacerlo de esta manera, y no de otra.

Durante unos  cuatro minutos su visión se centraba en ella, esa mujer le resultaba el animal más bello que nunca hubiera visto, por desconocido aún más fascinante, una atracción como nunca antes había sentido.

Siempre informal pero con esa elegancia al caminar, y en aquellos minutos imaginaba, con el ojo puesto en el visor de su cámara profesional, cada una de  las mil historias que podía inventar, una diferente  cada día, sobre la razón de aquellos paseos matutinos. 

Desde aquel  accidente que le había dejado atado de por vida a su silla de ruedas, había pocas cosas que le ofrecieran un motivo por el que aferrarse a la vida. Su carrera profesional también se vio truncada, toda su vida trastocada y la desgana se apoderó de él, no inmediatamente, pero si con el transcurso de los años. A sus cuarenta años,  y después de pedirle a su novia que le dejase al saber que permanecería de por vida en esa paraplejia, nada más había vuelto a atraer su atención de aquella manera y lo que le fascinaba más aún es que ella sin saberlo, le había forzado a abrir de nuevo, la funda de su cámara y retomar el contacto con su mundo, ese que siempre le había apasionado, la fotografía.


Ella le enfrentó a ese difícil reto de tomar mil fotos de la misma escena, y que ninguna de ellas, ni siquiera se parecieran. Buscando ángulos, aperturas y filtros, enfoques, esos minutos eran para él ya, la ilusión de su día a día.

Carla día 15/02/2016
a las 18:30

La imagen es de: @pepeclick  

Su web: http://www.pepefotografia.es/