sábado, 27 de diciembre de 2014

Y se me van las palabras






La sencillez de encontrarnos,
superada por los nervios
de ese instante previo,
en que somos carne trémula,
temblor incontrolado,
imaginándonos…

Como somos,
tal y como somos,
contadores de lo que vemos y sentimos
lo que nos sugiere una imagen,
lo que nos muestra un olor,
aprovechar el encuentro con la naturaleza 
para vaciarte,
e intercambiar vida con ella,

Si no puedo estar,
al menos que te ella te acaricie…

Quiero leerte a través de lo que ves,
saber quién eres,
por cómo lo sientes,
ese es el que me gusta…
¿Podrás?
sólo el intento,  ya me vale.

Prometo leerte
y desnudar para ti cada poema, 
para vernos,
encontrarnos…

Contigo es muy fácil,
si me dices que estarás ahí…
No me dejes sola con las letras
que me pierdo...
Gracias por estimularme al juego como a un niño.

Y no, no me comas,
dame solo un abrazo,
que lo necesito para dormir,
y soñar mis escritos…

Soñarte en cada uno de esos intentos
por transmitir algo más que sentimientos,
pero me vuelvo a encontrar repitiendo una y otra vez mis besos…
Los tuyos…
Tus caricias,
tus suspiros…
Y se me van los escritos
Se esfuman.

Y vuelve esa impotencia de lo vivido,
Los escritos se tornan repeticiones,
y sólo palabras tontas,
me parece cualquier cosa que pudiera llegar a escribir.

Ni con miles de palabras podría describir,
esa sonrisa en la que te me das,
tus manos acariciando mi pelo,
me vacías y luego ya no quiero escribir…

Incompleto este y mil versos,
Cada vez que la imaginación me inunda
de ti,
se quedan sin palabras mis poemas
y nunca hay final…

Carla
27/12/2014

viernes, 12 de diciembre de 2014

OLVIDADOS




Dime algo para que me quede,
porque ya solo tengo ganas de marcharme,
creo que te sobro.

Tienes demasiadas cosas ocurriendo a la vez,
y tal vez yo, aunque no te des cuenta,
simplemente estoy de más.

Esperar para que tengas un segundo
para dedicarme,
no es ya razón suficiente,
para todas las horas de espera.

No preciso limosas.
Solo querría que quisieras estar,
y si ya no es así,
poder irme en paz.

No voy a morir de pena,
tampoco lo sabrías aunque así fuera.
Sólo preciso un átomo de sinceridad,
porque necesito un motivo
para esperar.

Sé que te cabrea
darme motivos
confesar tus sentimientos,
pero quizás te esté atormentando
más, no hacerlo.

No estoy ya contigo,
tu tampoco conmigo,
dices que nos hemos olvidado.

Si es así no volverás,
no iré
pero si no lo es
la ventana está abierta,
dame una brisa
y estoy a tu lado

DE: Carla Duque
Olvidados

lunes, 10 de noviembre de 2014

Distancia







DISTANCIA


Aunque sé que este mundo nos matará,
silenciará nuestros cuerpos,
hastiados por el agotamiento letal,
volveremos a encontrar alguna fórmula
para mirarnos con los ojos
de dos corazones rotos por la distancia
que nunca fue suficiente
para separarnos
ese abrazo que atemporal
quedó prendido a tu pecho


Carla
por y para ti
cada día, cada segundo, cada milésima
estas en mi


jueves, 30 de octubre de 2014

Tu ganas, yo esperaré











Seguramente los dos nos equivocamos,
probablemente no haya argumentos que apoyen mi locura,
pero eso es lo que caracteriza a lo insano,
la falta de coherencia,
lo normal es cotidiano,
y esto que siento,
nada tiene que ver con algo vulgar...
Es una de esas reacciones a los miedos internos
que superan la ficción mas desalmada,
y que tan sólo existe en mi mente, 
pero que me descuadra,
descolocándonos a ambos
y enfrentándonos ego a ego
corazón a corazón
tu ganas
yo esperaré

sábado, 6 de septiembre de 2014

Momento de espera





La sal extinta evaporada de tus sienes,
en miles de salvajes besos,
se estrelló contra mis labios.

Todo el silencio servido...

Rodeada por tus brazos
sometiste cada centímetro de piel
a tus antojos

Y fui, sólo ese instante,
de horas eternas
tu más sumisa amante

La espera es la
negación del olvido
para aquellos que han existido,
revelados, en los ojos
de quien les desea






lunes, 7 de julio de 2014

Oleaje, arena de playa (No poesía)






Oleaje, arena de playa

Tu que siempre me esperas,
me buscas sin medida
y vuelves mil veces
aunque no entiendas

Yo que sigo incrédula
a tus amantes palabras,
que exploro tus esquinas
y te miro desde lejos

Tu que removiste cielo y tierra,
yo que contemplé atónita,
tu que te ataste a mi pelo,
yo que escapé de tus nudos.

Tu que te convertiste en conciencia,
yo que me quedé en suspiro,
tu que dejaste tus huellas,
yo que ignoré el camino.

Yo que no supe leerte,
tu que no viste el agua.
Tu, roca,
yo, oleaje indómito
tu, viento
yo,  marea baja
tu,  arena de mi playa

Siempre en constante abandono,
unidos sin embargo





sábado, 5 de julio de 2014

EL CIEGO - IX - Despedida y leve esperanza




Aquella mañana el ruido del telefonillo la despertó con su estridencia habitual, aunque a cualquier hora del día era, ya de por sí molesto, aquel sonido tan antinatural, que ya alguna vez había escuchado mientras dormía, le hacía pegar un salto, un respingo que la despertaba con aquel mal humor, después de haber roto sus mejores sueños.

Se levantó bostezando, había dormido poco, como de costumbre,  la lectura la había mantenido entretenida hasta altas horas de la madrugaba, como a veces le ocurría, procurando llenar las horas de falta de sueño con algo que la distrajera.

Definitivamente, aquella llamada inesperada le había sentado a cuerno quemado, pero avanzó pasillo adelante para responder a quien llamaba. Casi siempre era alguien que se equivocaba de piso, si esta vez era eso, fuera quien fuera, la iba a oír, porque no le gustó nada que la despertaran… Levantó el telefonillo y respondió  a una voz muy conocida para ella…Si, era su pareja, que en lugar de responder a su llamada telefónica, había decidido volver a casa y tratar el tema cara a cara.

Abrió la puerta del portal apretando el botón del telefonillo, y dejó que subiera. Ni siquiera se arregló el pelo, no hizo la menor intención de vestirse, siguió allí de pié, con una mano en la cadera, esperando que él subiera, y abrió la puerta… Se saludaron fríamente, los ojos de él reflejaban un enfado evidente, al ver allí, en el recibidor el equipaje preparado, pues como siempre, él pensaba que ella desconocía la jugada…

Irene pidió disculpas por no haberse vestido y le invitó a que le acompañara a la cocina, así podrían hablar mientras ella preparaba un café para los dos. El interrogaba, pero ella mantuvo su atención en el café y las tostadas, respirando hondo, finalmente se sentó, expuso sin saña toda la visión que había tenido de las escenas del día anterior. Él, como cualquier tipo que se precie, defendió su postura indefendible, lo de siempre, negar la mayor… Pero ella con toda la calma del mundo, le informó sobre su decisión tajante, debería abandonar la casa en ese instante, puesto que ella era la propietaria y no pensaba seguir soportando su presencia por más tiempo… Él pensó en un primer momento dejar las maletas y volver en otra ocasión, cuando estuviera más calmada, pero no esgrimió ninguna razón para ello, ni siquiera intentó convencerla para intentar quedarse, obviamente tenía ya resuelto el tema del alojamiento puesto que llevaba varios días fuera de casa.

Hablaron como si de dos casi desconocidos se tratase, del trabajo, él se interesó por el estado de sus padres, de su hijo, y poco más. Tomaron el café frente a frente, sin casi mirarse a los ojos, y finalmente el decidió llevarse el equipaje para no molestarla más, no sin antes requerirla para ir de nuevo en caso de que echara algo en falta, cosa a la que ella accedió sin problemas, no era una mujer problemática, sino razonable y por su amplio bagaje personal, comprensiva y poco dramática.

Ni un beso, ni un abrazo, ya que ella dio un paso atrás cuando él hizo un amago de aproximación en aquel momento del desalojo, y así acabó la historia de su segunda pareja…
Pensó, mientras esperaba al ascensor, y le miraba de arriba abajo, que si no hubiera pasado por aquella terraza, todo habría seguido, sin que ella hubiera sabido nada de lo que pasaba. Parecía no reconocerle, como un desconocido para ella, después de tanto tiempo conviviendo en la misma casa, y le vio, por primera vez,  como a un pobre diablo callejero, un crápula que seguía la vieja vida de los bohemios sin sentar nunca la cabeza, de mujer en mujer,  de club en club,  de país en país, de  canción en canción, era lo que él sabía hacer, sólo eso cambiar constantemente. Ella que había confiado en ser su parada definitiva, le había adorado, idolatrado durante todo ese tiempo, eso sí, pero de aquello ya no quedaba nada, la indiferencia mas absoluta…Un ademán de adiós con la mano, cuando el entró en el ascensor, nueva página otra vez…. Irene se sintió agotada, soltando todo el peso del lastre que había soportado, aun desconociendo lo que había detrás de aquel hombre, siempre tuvo una leve sospecha. Tendría que hacer frente a los reproches de sus padres, que siempre le vieron como una mala pareja, qué razón tenían, pensaba ahora.

Los días se sucedieron como las páginas de un calendario gregoriano, de esos viejos almanaques de oficina, sin mayor pena ni gloria. Ella acudía a su trabajo y volvía a casa cada día, había comenzado a escribir un diario, o algo así, tampoco es que fuera lo suyo la escritura, pero sí reflejaba un par de pensamientos que le habían pasado por la cabeza durante el día, sin ninguna pretensión, era un confesión a sí misma para comprobar que sus sentimientos y su cerebro eran capaces de conectarse a algo, aunque fuera unos segundos… Recibía constantes llamadas de su amiga del alma, para salir a dar una vuelta o tomar unas cañas, una mujer divorciada que vivía la vida intensamente y con la que muchas veces había pasado momentos de risas inolvidables, pero en este momento, no tenía ganas de nada. Si no fuera porque era de cumplimiento obligado, no habría ido ni a trabajar...

Lo único que adornaba sus días de tedio gris, eran las visitas de los martes y los viernes al hospital para leerle a Pablo, y para escribir todo aquello que él le quisiera contar.

Él hacía muchos días que la notaba ausente, poco énfasis en la lectura de aquellas partes de los textos, en los que otras veces si había puesto algo de pasión, estaba triste, podía notarlo…De vez en cuando entablaba una mínima conversación, él le había dado su opinión al respecto, que era bastante arbitraria, naturalmente se había posicionado aunque sutilmente del lado masculino, dándole a ver aquel punto de vista que ella no alcazaba a entender, y criticando amablemente su forma tan drástica de acabar con la relación, pero Irene no estaba dispuesta a escuchar críticas y mucho menos corporativamente masculinas. Su momento era complicado y el procuró llenarlo de todas sus historias, en las que ya no era simplemente el desahogo lo que buscaba, sino ocupar todo ese tiempo libre e inactivo de que ella disponía en esos momentos, también empáticamente, para que no se aburriera y estuviera entretenida con la lectura y transcripción de todo lo que su enorme imaginación estaba dispuesta a revelar.

Irene seguía sorprendida con la enorme elocuencia que estaba adquiriendo Pablo, y las grabaciones facilitaban que su imaginación volara, ofreciendo un enorme abanico de detalles sobre las escenas que a ella le impresionaban…

Siguieron con sus intercambios varias semanas, conversaciones, risas, y confidencias, iban aproximando a estos dos desconocidos, la amistad iba haciendo mella en ellos, horadando sus momentos y salpicándolos de emociones cada vez mas sinceras y expuestas al otro con una libertad inusitada… Hablaban de su vida, se sus familias, amigos, quehaceres cotidianos...  Aquellas tardes con Pablo se estaban convirtiendo en la esperanza que salvaba su vida del aburrimiento más absoluto, o al menos eso pensaba…

Él le contaba  cómo se estaba planteando una intervención en algún lugar de la costa, donde había un oftalmólogo que les había ofrecido alguna esperanza, para recuperar, al menos una parte de visión, aunque la probabilidad no era garantía de éxito, él estaba dudando con la posibilidad de llevarla o no a cabo, pero no de manera inminente, con calma y cuando pudiera mantener una cita, y hablar personalmente con el cirujano.

Entretanto su amistad iba creciendo. Irene seguía viendo algunas mujeres de vez en cuando, mas bien se cruzaban con ella, puesto que a la hora en que ella llegaba a la 413, hubiera quien hubiera, salían de la habitación dejándole paso… Aquella tarde era la mujer de Pablo quien al salir la saludó con un par de besos, nada habitual ese saludo cariñoso por cierto, a los que ella respondió educada, le comentó que estaba más animada con la idea y la remota posibilidad que el médico les había dado, y que como ya estaba totalmente curado de sus heridas, seguramente le darían el alta pronto para volver a casa.

Irene, abrió los ojos y fue consciente de algo que aunque remotamente había pensado, no lograba encajar, de una manera que se escapaba a su lógica de mujer coherente, ¿porqué de repente sentía ese escalofrío sólo al escucharlo?, al menos no era inminente su marcha, pero debía ir acostumbrándose a la idea de que un día Pablo saldría de su vida, de la misma manera en la que había entrado. Recuperado o no volvería a su domicilio y ella tendría a otro enfermo/a adjudicado para leerle libros, al igual que lo había hecho con Pablo.

Mientras la mujer de Pablo se alejaba complacida y con una sonrisa en los labios, Irene empujó la puerta de la habitación con un sentimiento extraño, imaginó que podría ser la última vez que le leyera y le entristecía  pensarlo… La mujer de Pablo les había traído café y unos buenísimos pastelitos, que él había solicitado de una de las pastelerías mas delicadas de Madrid, antes de comenzar la lectura, mientras tomaban el café, ella no pudo por menos que sacar el tema, y él abiertamente le contó los planes que había estado pensando, con mayor atención de lo que ella hubiera imaginado.

En caso de que la operación se llevara a cabo, serían pocos días los que estarían fuera de Madrid, y obviamente no iba a hacerla dejar su trabajo, aunque así le apeteciera, pero a su vuelta y si le concedieran el alta, le ofreció la posibilidad de seguir sus visitas para leerle en su domicilio particular. Irene no sabía qué responder en ese momento, todo se había desencadenado de una manera tan repentina que era incapaz de dar una respuesta instantánea, hablaron de la posibilidad de que uno de los conductores fuera a buscarla al trabajo, llevarla al domicilio de Pablo y luego acompañarla a su casa una vez hubieran terminado. Todo aquello la superaba y tenía tiempo para pensarlo tranquilamente, él así se lo había propuesto, para que lo pensara, tranquilizándola ya que no necesitaba una respuesta inmediata.

Después que se hubieron tomado el café, ella se dispuso a iniciar su momento de lectura.  Al ir a sacar el libro del cajón de la mesita de Pablo, este alargó su mano para decirle algo, Irene que ya estaba acostumbrada al leve roce de sus dedos, se paró en seco, él le pidió un libro de poesía si podía elegir, ella sonriendo sacó el que en ese momento estaban leyendo, buscó entre sus páginas, se demoró un poco más de lo habitual, pero él sabía que estaba buscando algo que a ella le gustaba particularmente, y esperó, paciente…

Comenzó la lectura, una vez más, se sentía tocado por los versos que ella había elegido para ese momento, no sabía quién era el autor, se trataba de un libro recopilación de poetas, y hablaba de la ausencia, sin duda bien traído para ese preciso instante, le estremeció la melancolía de la pérdida de una forma muy distinta a lo que habría imaginado, al finalizar interrogó sobre el escritor, que era escritora Gabriela Paz Cepeda, le resultaba desconocido aquel nombre, pero le encantó el poema. Le pidió que leyera un nuevo poema de esta poetisa, para él desconocida. Y así,  como llega la poesía, le había llegado a lo más hondo, y ella eligió  otro poema.

Una vez más después de aquel rato con Irene, se quedaba sólo en su habitación y volvía a sus diatribas empresariales, a sus esperanzas de volver pronto a su casa, comenzaba a aborrecer aquella cama, aquella soledad, aquel incesante goteo de enfermeras violando su intimidad a cada instante, necesitaba cada vez más volver a retomar su vida de siempre, su trabajo, sus aventuras, su cotidianidad.

Ahora al menos contaba con la casi seguridad de que Irene aceptaría su propuesta, al menos durante un tiempo, si definitivamente volvía a casa.

Por alguna razón que aun desconocía, aquella mujer, menuda y de piel suave, con una voz que le llegaba al alma, con una capacidad de inflexión digna de la cantante más delicada, le ofrecía la calidez de una amistad que hasta ese momento había ignorado que pudiera darse entre dos personas de sexo opuesto. Ella le animaba tan sólo con su voz, sus visitas eran el acicate para soportar días enteros de pensamientos en continuo bombardeo, su cerebro era un aluvión de historias que ella hacía brotar de la manera más simple, casi sin darse cuenta estaba relatando su vida a Irene y ni siquiera sabía cómo era su cara, pero su confianza surgió de la manera más espontanea desde la primera visita, y fue aumentando hasta llegar a una casi dependencia de aquella voz, de sus lecturas, sus comentarios sobre todo lo que acontecía en el exterior desde que él estaba allí, enterrado en vida, en esa habitación de hospital.

Incluso a veces, esa piel le hacía soñar con eróticos momentos que obviamente, de no estar allí enclaustrado, ni se le habrían pasado por la cabeza, desde luego no era para nada, el tipo de mujer que él hubiera ni siquiera mirado si hubiera pasado por su lado en cualquier lugar, pero comenzaba a activar sensaciones de las que hasta ahora no se había percatado… Muchos matices que le hacían sentir esa extraña debilidad por una mujer a la que ni siquiera conocía, su cadencia al caminar, sus pasos decididos, su seguridad, sus diferentes tonos de voz, su forma de describir las cosas, su entretenida e interesante conversación, su educación, su olor, siempre fresco, que distaba tanto de los perfumes a los que estaba acostumbrado.


Definitivamente haría cualquier cosa por no perderla de vista, y seguir contando con su lectura y su apoyo en todos los sentidos, estaba seguro de que obtendría esa respuesta positiva que esperaba a su propuesta, pero en ese preciso instante se le pasó por la cabeza la extraña idea de que ella pudiera denegarla, y súbitamente sintió que un escalofrío se apoderaba de su espalda. No, se dijo, nunca hasta entonces en toda su vida se había planteado la posibilidad de que alguien le diera un no por respuesta, y temió que esto fuera un presagio de lo que ocurriría, pero se propuso no pensar en ello hasta el próximo día y dejar de elucubrar sobre cuál sería su respuesta, aunque le intrigaba sobremanera.