miércoles, 28 de abril de 2021

Entre la muerte y la primavera

 



Tenía ese aire desaliñadamente estudiado, de los progres de los ochenta, parecía ser una extraña mezcla entre Felipe, Alfonso y Solana, que llevado a nuestra época resultaba de lo más vintage, o anacrónico que lo mismo da. Camisa de colores claros, con leve línea de cuadros beige desdibujada, y chaleco de lana abotonado que se vislumbraba entre los laterales de su chaqueta, de un apagado color tostado, naturalmente a juego con la camisa.  De entre todas sus armas, la mejor cuidada, esa chaqueta de pana, color oscuro que finiquitaba el look, magistralmente combinada.  Por un momento me trajo a la memoria a Umbral, y a tantos otros progres de los ochenta, que, aparentando un proletariado inexistente, se movían entre la plebe con la facilidad de un pez en el agua.

Sólo había que discernir si se trataba realmente de un muchacho de los barrios obreros mirándolos a las manos, era la única referencia que me servía y me sigue sirviendo para distinguirles, sus uñas cuidadas, la suavidad impoluta de no haber rozado con aquellas manos, más que un papel como herramienta de trabajo, les delataba finalmente como los pequeño burgueses que se encontraban mejor entre otros estratos que en su propio sector acomodado.

Y no me extraña nada que allí se diviertan más. A pesar de que desconozco, y lo confieso, la vida de la alta y mediana sociedad madrileña, estoy segura de que por los bajos fondos encuentran el caldo de cultivo ideal para sus andanzas, historias del lumpen, las tabernas, las terrazas, los gatitos de jazz, incluso alguno de flamenco, que siempre se les ve por ahí paseando, a poquito que te fijes. 

De entre todos los oficios que conozco el mejor es el de escritor, claro que hay que servir, no nos engañemos que la gente hoy en día no compra cualquier cosa en una librería, que está nuestra economía rampando, después de más de un año de pandemia, que si ya estábamos mal, ahora ya no llegamos ni a comprar lo básico. Y de entre todos los escritores sin duda el trabajo de mayor rentabilidad es el de ser poeta artesano. Muchos, bueno es un decir, unos cuantos, os preguntaréis que tiene que ver una cosa con la otra. Os comento, si vas a dedicarte a la poesía, es como si fueras a dedicarte a ser torero. Vaya mal oficio, mal ejemplo me ha salido, pero sigo… Pues eso que necesitas esculpir el mejor de los perfiles, o pintar el bodegón perfecto que acompañe a tus escritos, el conjunto es siempre lo que nos acerca o aleja de un sujeto, no me cabe la menor duda. No hace falta ser guapo, ni alto, ni tener la mejor figura, basta con ser un poco en todo acompasado. La imagen que se ofrece es importante, aunque ellos te dirán que no, que son así de desaliñados, no les creas. Cada uno de los objetos que portan está cuidadosamente estudiado para mantener la atención a la lectura, es como un hilo conductor que si lo sigues te muestra el paso siguiente. Por ello, todo es de gran importancia.

La faz de cariacontecido, unas gafas al uso, otras si acaso, convenientemente guardadas en un viejo estuche, para la vista cansada, originales eso sí, siempre subrayan la mirada, o quizás lo que más merece la pena, la atención del que mira. Pero no olvidan nunca la gran consigna, su regla de oro: -nunca deben mirar a los ojos, a la cara incluso. Timidez no, para nada, es tan sólo una pericia calculada. Si tienes suerte, o algo en ti les llama, sólo una caída de pestañas medidamente oportuna para seguidamente recuperar el rictus, sin moverse de su cara seria y contrita. Casi no existen de lo etéreo, casi no respiran tu aire. Son de otro planeta, de ese dónde habitan las letras.

¡Oh escritoras, escritores y (¿?),Oh poetas, poetisas y poetises -como diría Irene-!

Sin duda tienen la palabra exacta para abrir los candados, para penetrar en los más íntimos rincones del alma de los sufrientes, porque qué es sino la palabra, una llave. Y qué es sino un sufriente, tan sólo un alma atormentada que vive en permanente estado de alerta para encontrar el alivio a sus males, la respuesta a sus interrogantes, una luz que les guíe entre la penumbra. Son, somos los escritores, el arma que dispara en medio de un safari a esa gacela que olisquea la hierba, nerviosa e ingenua. Tenemos el poder de herir o no, de matar o no, de rematar o no. Y muchos, muchas lo aprovechan. 

Era sutil su presencia, casi escondido, al acecho, no te miraba quizás para no levantar sospechas. Pero estaba ahí, omnipresente, en todas partes. Los versos empleados como su veneno, su arma certera, sabe que llegará a matar si así le apetece, más prefiere el regodeo de las almas rendidas a sus pies, alimentando su ego, que sacia como un animal en celo, aumentando el tamaño del monstruo que le habita. Y naturalmente las gacelas, sin advertir la jugada, van envenenándose de versos. Si morirán o no, a quién le importa. Si harán o no currículo, es lo de menos, porque hay que ser muy astuta para escrutar tras los escritos de un lobo, macho alfa, aunque aparentemente cordero. 

Mientras la vida sigue y la caza, ella le observa desde muy lejos, catalejo en mano, discreta donde las haya. No es que pretenda siquiera formar parte de un séquito al que desprecia, sino que como siempre lo único que busca es contar una historia, una más entre tantas.

Nadie se ha dado cuenta, pero lo que más le gusta es la prosa, que hasta cuando escribe poesía la esconde entre líneas, por eso nunca rima, su verso es libre, desacompasado, torpe quizás dirías, pero nunca falto de latido, porque se nutre de la vida misma. Sin embargo, diferente al resto de depredadores de su familia de letras, ella ya no mata. Lo decidió hace muchos años, cuando el olor de la sangre le revolvió las entrañas, por eso ahora sólo contempla, estudia y a continuación relata.

Ralentiza sus latidos, consume sus fuerzas lentamente, sabedora de que cualquier excitación es ingrata, desde que aparcó sus pasiones en una calle olvidada, cerró la puerta, cruzó aquel paso de cebra sin mirar atrás. Se acabó, ya nada despierta su instinto de caza, se ha convertido en espectadora y eso es lo único que le mantiene viva. Llega un momento en que tu propia historia se escribe sola, tan sólo tienes que dejar pasar el tiempo.

Un día de estos aprenderé que aún cuando pretendas contar una historia, al final, siempre terminas hablando de ti, desnudándote ante la cámara, pobres escritores, escritoras, (¿?), tan egocéntricos que sólo saben hablar de Ellos/Ellas/Elles (que es como ojos en inglés, pero con “Y”). Ay ojos, hojas, ojés!  -como diría Irene, otra vez-.

 Fin

 

(Inspirado en un poeta al que tuve ocasión de arrancar una lágrima, una vez)

@carlaestasola

Publicado: 4/28/21 1:01 PM

Revisado: 30/08/2023

Revisado: 16/09/2023




Música: Procol Harum - A whiter sahade of pale

Imagen: internet

 


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