A veces me quedo quieta, fija la vista, en un punto cercano quizás de verde hierba, mientras un trébol toma vida en mis universos donde discurren mis historias paralelas. No cambio tu verde esmeralda intenso por el mío más apagado.
He oído de tu azul inmenso, casi lila. Estuve en esa montaña naranja, donde un día hace más de treinta años dejé de fumar. Pero a veces, por un minuto, me gusta imaginar que me interpongo en el pequeño espacio entre tú y tu viejo cuaderno de notas. No soy etérea, lo sé, peso demasiado para eso. Mis pechos, sometidos sin remedio cayeron como piedras con el paso de los años, atraídos por la gravedad. Y grave es, sin embargo, aún siguen esperando, en vano, ya lo sé, el calor de tu tacto. A veces entre tus azules y mis verdes apagados, surge un camino sembrado de tréboles de cuatro hojas, florecidos de violeta, donde la lluvia se vuelve mar encrespado… Deja de pronto mi vista, el ensueño, para volver a mi patio.
Recuperan mis latidos su ritmo habitual, abandonando el letargo y de repente recuerdo, que aún tengo que regar los geranios.