Aquella mañana el ruido del telefonillo la despertó con su
estridencia habitual, aunque a cualquier hora del día era, ya de por sí molesto,
aquel sonido tan antinatural, que ya alguna vez había escuchado mientras dormía,
le hacía pegar un salto, un respingo que la despertaba con aquel mal humor, después
de haber roto sus mejores sueños.
Se levantó bostezando, había dormido poco, como de costumbre, la lectura la había mantenido entretenida
hasta altas horas de la madrugaba, como a veces le ocurría, procurando llenar
las horas de falta de sueño con algo que la distrajera.
Definitivamente, aquella llamada inesperada le había sentado a
cuerno quemado, pero avanzó pasillo adelante para responder a quien llamaba. Casi
siempre era alguien que se equivocaba de piso, si esta vez era eso, fuera quien
fuera, la iba a oír, porque no le gustó nada que la despertaran… Levantó el
telefonillo y respondió a una voz muy
conocida para ella…Si, era su pareja, que en lugar de responder a su llamada
telefónica, había decidido volver a casa y tratar el tema cara a cara.
Abrió la puerta del portal apretando el botón del telefonillo, y
dejó que subiera. Ni siquiera se arregló el pelo, no hizo la menor intención de
vestirse, siguió allí de pié, con una mano en la cadera, esperando que él
subiera, y abrió la puerta… Se saludaron fríamente, los ojos de él reflejaban
un enfado evidente, al ver allí, en el recibidor el equipaje preparado, pues
como siempre, él pensaba que ella desconocía la jugada…
Irene pidió disculpas por no haberse vestido y le invitó a que
le acompañara a la cocina, así podrían hablar mientras ella preparaba un café
para los dos. El interrogaba, pero ella mantuvo su atención en el café y las
tostadas, respirando hondo, finalmente se sentó, expuso sin saña toda la visión
que había tenido de las escenas del día anterior. Él, como cualquier tipo que
se precie, defendió su postura indefendible, lo de siempre, negar la mayor…
Pero ella con toda la calma del mundo, le informó sobre su decisión tajante,
debería abandonar la casa en ese instante, puesto que ella era la propietaria y
no pensaba seguir soportando su presencia por más tiempo… Él pensó en un primer
momento dejar las maletas y volver en otra ocasión, cuando estuviera más calmada,
pero no esgrimió ninguna razón para ello, ni siquiera intentó convencerla para
intentar quedarse, obviamente tenía ya resuelto el tema del alojamiento puesto
que llevaba varios días fuera de casa.
Hablaron como si de dos casi desconocidos se tratase, del
trabajo, él se interesó por el estado de sus padres, de su hijo, y poco más. Tomaron
el café frente a frente, sin casi mirarse a los ojos, y finalmente el decidió
llevarse el equipaje para no molestarla más, no sin antes requerirla para ir de
nuevo en caso de que echara algo en falta, cosa a la que ella accedió sin
problemas, no era una mujer problemática, sino razonable y por su amplio bagaje
personal, comprensiva y poco dramática.
Ni un beso, ni un abrazo, ya que ella dio un paso atrás cuando él
hizo un amago de aproximación en aquel momento del desalojo, y así acabó la
historia de su segunda pareja…
Pensó, mientras esperaba al ascensor, y le miraba de arriba
abajo, que si no hubiera pasado por aquella terraza, todo habría seguido, sin
que ella hubiera sabido nada de lo que pasaba. Parecía no reconocerle, como un
desconocido para ella, después de tanto tiempo conviviendo en la misma casa, y
le vio, por primera vez, como a un pobre
diablo callejero, un crápula que seguía la vieja vida de los bohemios sin
sentar nunca la cabeza, de mujer en mujer,
de club en club, de país en país,
de canción en canción, era lo que él
sabía hacer, sólo eso cambiar constantemente. Ella que había confiado en ser su
parada definitiva, le había adorado, idolatrado durante todo ese tiempo, eso
sí, pero de aquello ya no quedaba nada, la indiferencia mas absoluta…Un ademán
de adiós con la mano, cuando el entró en el ascensor, nueva página otra vez….
Irene se sintió agotada, soltando todo el peso del lastre que había soportado,
aun desconociendo lo que había detrás de aquel hombre, siempre tuvo una leve
sospecha. Tendría que hacer frente a los reproches de sus padres, que siempre
le vieron como una mala pareja, qué razón tenían, pensaba ahora.
Los días se sucedieron como las páginas de un calendario
gregoriano, de esos viejos almanaques de oficina, sin mayor pena ni gloria. Ella
acudía a su trabajo y volvía a casa cada día, había comenzado a escribir un
diario, o algo así, tampoco es que fuera lo suyo la escritura, pero sí
reflejaba un par de pensamientos que le habían pasado por la cabeza durante el
día, sin ninguna pretensión, era un confesión a sí misma para comprobar que sus
sentimientos y su cerebro eran capaces de conectarse a algo, aunque fuera unos
segundos… Recibía constantes llamadas de su amiga del alma, para salir a dar
una vuelta o tomar unas cañas, una mujer divorciada que vivía la vida
intensamente y con la que muchas veces había pasado momentos de risas
inolvidables, pero en este momento, no tenía ganas de nada. Si no fuera porque
era de cumplimiento obligado, no habría ido ni a trabajar...
Lo único que adornaba sus días de tedio gris, eran las visitas
de los martes y los viernes al hospital para leerle a Pablo, y para escribir
todo aquello que él le quisiera contar.
Él hacía muchos días que la notaba ausente, poco énfasis en la
lectura de aquellas partes de los textos, en los que otras veces si había
puesto algo de pasión, estaba triste, podía notarlo…De vez en cuando entablaba
una mínima conversación, él le había dado su opinión al respecto, que era
bastante arbitraria, naturalmente se había posicionado aunque sutilmente del
lado masculino, dándole a ver aquel punto de vista que ella no alcazaba a entender,
y criticando amablemente su forma tan drástica de acabar con la relación, pero
Irene no estaba dispuesta a escuchar críticas y mucho menos corporativamente
masculinas. Su momento era complicado y el procuró llenarlo de todas sus
historias, en las que ya no era simplemente el desahogo lo que buscaba, sino
ocupar todo ese tiempo libre e inactivo de que ella disponía en esos momentos,
también empáticamente, para que no se aburriera y estuviera entretenida con la
lectura y transcripción de todo lo que su enorme imaginación estaba dispuesta a
revelar.
Irene seguía sorprendida con la enorme elocuencia que estaba
adquiriendo Pablo, y las grabaciones facilitaban que su imaginación volara,
ofreciendo un enorme abanico de detalles sobre las escenas que a ella le
impresionaban…
Siguieron con sus intercambios varias semanas, conversaciones,
risas, y confidencias, iban aproximando a estos dos desconocidos, la amistad
iba haciendo mella en ellos, horadando sus momentos y salpicándolos de
emociones cada vez mas sinceras y expuestas al otro con una libertad inusitada…
Hablaban de su vida, se sus familias, amigos, quehaceres cotidianos... Aquellas tardes con Pablo se estaban
convirtiendo en la esperanza que salvaba su vida del aburrimiento más absoluto,
o al menos eso pensaba…
Él le contaba cómo se
estaba planteando una intervención en algún lugar de la costa, donde había un
oftalmólogo que les había ofrecido alguna esperanza, para recuperar, al menos
una parte de visión, aunque la probabilidad no era garantía de éxito, él estaba
dudando con la posibilidad de llevarla o no a cabo, pero no de manera
inminente, con calma y cuando pudiera mantener una cita, y hablar personalmente
con el cirujano.
Entretanto su amistad iba creciendo. Irene seguía viendo algunas
mujeres de vez en cuando, mas bien se cruzaban con ella, puesto que a la hora
en que ella llegaba a la 413, hubiera quien hubiera, salían de la habitación
dejándole paso… Aquella tarde era la mujer de Pablo quien al salir la saludó
con un par de besos, nada habitual ese saludo cariñoso por cierto, a los que
ella respondió educada, le comentó que estaba más animada con la idea y la
remota posibilidad que el médico les había dado, y que como ya estaba
totalmente curado de sus heridas, seguramente le darían el alta pronto para
volver a casa.
Irene, abrió los ojos y fue consciente de algo que aunque
remotamente había pensado, no lograba encajar, de una manera que se escapaba a
su lógica de mujer coherente, ¿porqué de repente sentía ese escalofrío sólo al
escucharlo?, al menos no era inminente su marcha, pero debía ir acostumbrándose
a la idea de que un día Pablo saldría de su vida, de la misma manera en la que
había entrado. Recuperado o no volvería a su domicilio y ella tendría a otro
enfermo/a adjudicado para leerle libros, al igual que lo había hecho con Pablo.
Mientras la mujer de Pablo se alejaba complacida y con una
sonrisa en los labios, Irene empujó la puerta de la habitación con un
sentimiento extraño, imaginó que podría ser la última vez que le leyera y le
entristecía pensarlo… La mujer de Pablo
les había traído café y unos buenísimos pastelitos, que él había solicitado de
una de las pastelerías mas delicadas de Madrid, antes de comenzar la lectura,
mientras tomaban el café, ella no pudo por menos que sacar el tema, y él
abiertamente le contó los planes que había estado pensando, con mayor atención
de lo que ella hubiera imaginado.
En caso de que la operación se llevara a cabo, serían pocos días
los que estarían fuera de Madrid, y obviamente no iba a hacerla dejar su
trabajo, aunque así le apeteciera, pero a su vuelta y si le concedieran el
alta, le ofreció la posibilidad de seguir sus visitas para leerle en su
domicilio particular. Irene no sabía qué responder en ese momento, todo se
había desencadenado de una manera tan repentina que era incapaz de dar una
respuesta instantánea, hablaron de la posibilidad de que uno de los conductores
fuera a buscarla al trabajo, llevarla al domicilio de Pablo y luego acompañarla
a su casa una vez hubieran terminado. Todo aquello la superaba y tenía tiempo
para pensarlo tranquilamente, él así se lo había propuesto, para que lo
pensara, tranquilizándola ya que no necesitaba una respuesta inmediata.
Después que se hubieron tomado el café, ella se dispuso a
iniciar su momento de lectura. Al ir a
sacar el libro del cajón de la mesita de Pablo, este alargó su mano para
decirle algo, Irene que ya estaba acostumbrada al leve roce de sus dedos, se
paró en seco, él le pidió un libro de poesía si podía elegir, ella sonriendo
sacó el que en ese momento estaban leyendo, buscó entre sus páginas, se demoró
un poco más de lo habitual, pero él sabía que estaba buscando algo que a ella
le gustaba particularmente, y esperó, paciente…
Comenzó la lectura, una vez más, se sentía tocado por los versos
que ella había elegido para ese momento, no sabía quién era el autor, se
trataba de un libro recopilación de poetas, y hablaba de la ausencia, sin duda
bien traído para ese preciso instante, le estremeció la melancolía de la
pérdida de una forma muy distinta a lo que habría imaginado, al finalizar
interrogó sobre el escritor, que era escritora Gabriela Paz Cepeda, le
resultaba desconocido aquel nombre, pero le encantó el poema. Le pidió que
leyera un nuevo poema de esta poetisa, para él desconocida. Y así, como llega la poesía, le había llegado a lo
más hondo, y ella eligió otro poema.
Una vez más después de aquel rato con Irene, se quedaba sólo en
su habitación y volvía a sus diatribas empresariales, a sus esperanzas de
volver pronto a su casa, comenzaba a aborrecer aquella cama, aquella soledad,
aquel incesante goteo de enfermeras violando su intimidad a cada instante,
necesitaba cada vez más volver a retomar su vida de siempre, su trabajo, sus
aventuras, su cotidianidad.
Ahora al menos contaba con la casi seguridad de que Irene
aceptaría su propuesta, al menos durante un tiempo, si definitivamente volvía a
casa.
Por alguna razón que aun desconocía, aquella mujer, menuda y de
piel suave, con una voz que le llegaba al alma, con una capacidad de inflexión
digna de la cantante más delicada, le ofrecía la calidez de una amistad que
hasta ese momento había ignorado que pudiera darse entre dos personas de sexo
opuesto. Ella le animaba tan sólo con su voz, sus visitas eran el acicate para
soportar días enteros de pensamientos en continuo bombardeo, su cerebro era un
aluvión de historias que ella hacía brotar de la manera más simple, casi sin
darse cuenta estaba relatando su vida a Irene y ni siquiera sabía cómo era su
cara, pero su confianza surgió de la manera más espontanea desde la primera
visita, y fue aumentando hasta llegar a una casi dependencia de aquella voz, de
sus lecturas, sus comentarios sobre todo lo que acontecía en el exterior desde
que él estaba allí, enterrado en vida, en esa habitación de hospital.
Incluso a veces, esa piel le hacía soñar con eróticos momentos
que obviamente, de no estar allí enclaustrado, ni se le habrían pasado por la
cabeza, desde luego no era para nada, el tipo de mujer que él hubiera ni
siquiera mirado si hubiera pasado por su lado en cualquier lugar, pero
comenzaba a activar sensaciones de las que hasta ahora no se había percatado…
Muchos matices que le hacían sentir esa extraña debilidad por una mujer a la
que ni siquiera conocía, su cadencia al caminar, sus pasos decididos, su
seguridad, sus diferentes tonos de voz, su forma de describir las cosas, su
entretenida e interesante conversación, su educación, su olor, siempre fresco,
que distaba tanto de los perfumes a los que estaba acostumbrado.
Definitivamente haría cualquier cosa por no perderla de vista, y
seguir contando con su lectura y su apoyo en todos los sentidos, estaba seguro
de que obtendría esa respuesta positiva que esperaba a su propuesta, pero en
ese preciso instante se le pasó por la cabeza la extraña idea de que ella
pudiera denegarla, y súbitamente sintió que un escalofrío se apoderaba de su
espalda. No, se dijo, nunca hasta entonces en toda su vida se había planteado
la posibilidad de que alguien le diera un no por respuesta, y temió que esto
fuera un presagio de lo que ocurriría, pero se propuso no pensar en ello hasta
el próximo día y dejar de elucubrar sobre cuál sería su respuesta, aunque le
intrigaba sobremanera.