Mi querido amigo Antonio
siempre me cuestiona que escribo más desde la pena que desde la alegría, que
mis poemas (así les llama, yo no me atrevería a tanto) son siempre sobre
sentimientos tristes y que le afectan anímicamente. Siempre está pidiéndome que
haga un esfuerzo y me dedique a escribir sobre cosas bonitas, sobre amor pero
en positivo…
Y yo nunca puedo hacerle
caso, me he preguntado miles de veces la razón de este hecho, a base de disertaciones
interiores, preguntas sin respuesta casi siempre.
Hasta que de repente un
día tu vida se queda varada en ese minuto de un reloj infinito que nunca más
volverá a funcionar. Ese minuto recorre tu cabeza miles y miles de veces, y
quedas atrapada en un bucle (sí, mis famosos bucles) sin salida, ni retorno.
Hay acontecimientos que
te rompen para siempre, ya nunca volverás a ser la misma. Personalmente cuento
en mi haber con unos cuantos, como todos los que me estáis leyendo, no tengo la
menor duda. La muerte de una madre, la muerte de un padre, el momento en que te
sientes amada por primera vez, el nacimiento de los hijos, el final de un amor,
la separación de alguien que significó mucho en tu vida, la pérdida de un amigo…
Demasiados, para lo que un pequeño órgano de apenas el tamaño de un puño, puede
soportar.
Dicen que el corazón de
un ser humano pesa tan sólo un 0,45% del peso en el caso de los hombres y en el
de las mujeres un 0,40%, que en gramos oscila entre los 250 a 350 en los
hombres y tan sólo de 200 a 300 en el caso de las mujeres. El promedio del
tamaño de un corazón de adulto es de 12 cm de largo, 9 cm de ancho y 6 cm de
espesor. Late más de 3.000 millones de veces a lo largo de la vida, la media es
de 80 veces por minuto. Sin duda es el órgano más fuerte de nuestro cuerpo y
sin embargo se puede parar en cualquier momento. Pero metafóricamente hablando
se puede romper varias veces a lo largo de una vida.
Cuando los que escribimos
lo hacemos mayormente desde los corazones rotos, querido Antonio, no es algo
que hagamos adrede, es que hablamos de lo que nunca se habla, de lo prohibido,
de los sentimientos más íntimos, aquello que de no llevar una rima o un ritmo
nos sería insoportable de leer. Hay muchos tipos de escritura, pero
lamentablemente querido amigo, desde el alma sin pasar por el cerebro sólo
surge la poesía.
Es por eso por lo que
cuando estamos tristes, necesitamos contar lo que otros nunca cuentan, porque
de otro modo no podríamos ser poetas. Los sentimientos salen por cada poro de
nuestra piel y se reflejan en los versos, que van construyendo un castillo, en
cuya torre encantada, y bajo siete llaves los demás guardan este órgano tan
preciado, pero nosotros, amigo, lo colgamos en la puerta de entrada. Queda
expuesto, desnudo a quien sepa o quiera leernos. De las alegrías querido, no
necesitamos hablar apenas, porque se reflejan en nuestras sonrisas, aunque sean
calladas, aunque no podamos contarlas a veces, nos iluminan la mirada.
Las penas, las escondemos
como un secreto inconfesable, nadie quiere mostrarlas. En la sociedad que hemos
creado sólo cabe la alegría, lo positivo, lo que aporta, dicen algunos. Y yo
sigo sin estar de acuerdo, no hay nada más lejos de la realidad. Porque lo que
realmente nos aporta es todo lo negativo que nos ocurre, porque precisamente
esto es lo que nos va enseñando y curtiendo para una vida en la que las penas
van a llegar sí o sí, y pobre del que no esté preparado. El ser humano es un
resultado de malas y buenas experiencias, con mejores o peores personas, con
alegrías y penas, con sonrisas y lágrimas.
Lo que mostramos todos,
la alegría, porque lo que se puede leer en una mirada no tiene nada que contar
para los que escribimos. Lo que realmente nos mueve es siempre la tristeza, ese
yo interior que lucha por salir de esa jaula hueca que es nuestro corazón.
Puedes mirar el Guernica de Picasso para entenderme mejor. Cuando miras esos
brazos que se elevan al cielo, esos gritos callados de sus bocas abiertas, sólo puedes
sentir el sobrecogimiento de los protagonistas.
Decía Alejandro González
Iñárritu que cuando una persona muere, en esa exhalación de su ultimo suspiro, la
pérdida de peso que supuestamente provoca la partida del alma del cuerpo es de
21 gramos. Pero yo que soy mucho menos romántica que él, y ya lo siento, pienso
que esa pérdida de 21 gramos es tan sólo la sangre que circulaba por nuestro
corazón, precisamente en ese instante de sístole o diástole.
En algún lugar del código
deontológico de los poetas ha quedado escrito con esos pocos gramos de sangre invisible,
que sólo nos está permitido escribir sobre lo que de verdad sentimos, y que el
dolor, nos guste o no, nos provoca muchas más letras que cualquier otro
sentimiento. Así que me vais a ir perdonando, pero yo, como mis antecesores,
sólo escribo desde el sentimiento.
Duele, luego escribo… No
duele, luego vivo.
@carlaestasola
Imagen: ayvisa.es
Música: Beat
Hit - Música hecha con el corazón (fundación Cardioinfantil La Cardio)