Imposible vislumbrar el paisaje tras tanta nube de humo opacando el aire.
Conecto mi televisor para ver en directo el tremor del volcán de Cumbres Viejas.
Ni siquiera alcanzo imaginar lo que estos días soportan los palmeros.
Y eso que aquí, en casa, al arrebol de mi sofá gastado no caen cenizas volcánicas, ni lavas incandescentes queman mi cuarto de baño.
Imposible ponerse en vuestra piel, por mucho que lo intentemos.
Con tres bocas que gritan al cielo, un fuego que clama rugiendo, ríos de rojo incandescente arrollando casas, el olor a plátano quemado, a hogar quemado, a todo quemado.
Y ese humo que no cesa, incansablemente blanco, negro, gris, tostado que cambia de color y se impone al viento.
Hay personas volcán, pienso, que arrasan con todo a su paso, amor fingido, pasión fingida, fingiendo, al fin y al cabo. Representaciones con tiempo limitado, volcanes erupcionando.
Hemos imaginado alguna vez, cómo desaparecieron los dinosaurios, y sin embargo hoy en día, con sólo encender la tele o la radio, vemos o escuchamos, surgir esa nueva isla en directo.
El mar ahora elevado, en paralelo, nubes blancas que flotan ladera abajo. Lenguas de cúmulos negros que se elevan hacia el espacio, sin ser coherente. Una inmensa nube gris que el viento arrastra hacia la derecha, tiñéndose a intervalos de negro o de blanco.
La tercera boca más abajo, con un leve anaranjado, escondida entre las nubes, encendida, viva.
Tres bocas bramando tres bocas fundiendo vida, las tres gritando.
Ese volcán no debería haber despertado, y sin embargo hace ya quince días que nos roba el silencio, que nos roba la vida, que nos mata los plátanos.
Esa vida que amenazada se aferra a su tierra más que nunca. Esa montaña que sigue rugiendo, reclamando su espacio esquilmado.
Respira la tierra, esa que asfixiamos, protesta y emerge desde su núcleo, corazón ardiente, sangran sus grietas… De repente se siente culpable, busca incansable una orilla que calme su sed, y absorbe el mar en un sorbo largo.
Y crea, lo que sólo ella es capaz de crear, tierra en el mar, fajana incandescente muerte, vida que renacerá.
Sin cansancio, inagotable, en un ciclo que se repite, una y otra vez, desde hace miles de años.
Nada somos en su infinito, gotas de polvo en su falda,
piroclastos, impotentes a su paso. Meros espectadores ante el más grande espectáculo.
Miedo, pavor, incertidumbre, ante un desastre anunciado.
Ella avisa, no es traidora, tiembla antes, más la ignoramos.
Pasará, seguramente, se calmará su fuego, removerá las conciencias.
No, nunca aprendemos. Nunca aprendemos nada, si antes no lloramos.
Llueve, Madrid
es siempre tan árida que
apenas permite respirar.
El
viento es escaso, su
verano infinito y
el invierno, cálido. Pero
cuando te vas, te
la llevas clavada en la mirada, y
no puedes dejar de pensar en volver. Pocos
tienen el tiempo para
mirar a su cielo. Yo
lo hice alguna vez, lo
sigo haciendo, pero
sin sonreír al mirarlo. Antes
sin querer disfrutaba
de su luz, ahora
queriendo y
aunque su luz sigue siendo la misma ya
no desprende versos. Me
cuesta mirar sus calles, antes
llenas de risas, ahora
de ruidos insufribles que
resultan molestos. No
ha cambiado Madrid, aunque
cambia sin tregua. Tampoco
mi visión que
ahora es casi perfecta. He
cambiado yo, que
ya no me siento. Hoy
día gris, gris
el verso, gris
el corazón del poeta, como
ese cielo, que
hoy cubre Madrid. Y
sigue lloviendo.
A veces me quedo quieta, fija la vista, en un punto cercano quizás de verde hierba, mientras un trébol toma vida en mis universos donde discurren mis historias paralelas. No cambio tu verde esmeralda intenso por el mío más apagado.
He oído de tu azul inmenso, casi lila. Estuve en esa montaña naranja, donde un día hace más de treinta años dejé de fumar. Pero a veces, por un minuto, me gusta imaginar que me interpongo en el pequeño espacio entre tú y tu viejo cuaderno de notas. No soy etérea, lo sé, peso demasiado para eso. Mis pechos, sometidos sin remedio cayeron como piedras con el paso de los años, atraídos por la gravedad. Y grave es, sin embargo, aún siguen esperando, en vano, ya lo sé, el calor de tu tacto. A veces entre tus azules y mis verdes apagados, surge un camino sembrado de tréboles de cuatro hojas, florecidos de violeta, donde la lluvia se vuelve mar encrespado… Deja de pronto mi vista, el ensueño, para volver a mi patio.
Recuperan mis latidos su ritmo habitual, abandonando el letargo y de repente recuerdo, que aún tengo que regar los geranios.
Tenía ese aire desaliñadamente
estudiado, de los progres de los ochenta, parecía ser una extraña mezcla entre
Felipe, Alfonso y Solana, que llevado a nuestra época resultaba de lo más
vintage, o anacrónico que lo mismo da. Camisa de colores claros, con leve línea
de cuadros beige desdibujada, y chaleco de lana abotonado que se vislumbraba
entre los laterales de su chaqueta, de un apagado color tostado, naturalmente a
juego con la camisa. De entre todas sus
armas, la mejor cuidada, esa chaqueta de pana, color oscuro que finiquitaba el
look, magistralmente combinada. Por un
momento me trajo a la memoria a Umbral, y a tantos otros progres de los
ochenta, que, aparentando un proletariado inexistente, se movían entre la plebe
con la facilidad de un pez en el agua.
Sólo había que discernir si se
trataba realmente de un muchacho de los barrios obreros mirándolos a las manos,
era la única referencia que me servía y me sigue sirviendo para distinguirles,
sus uñas cuidadas, la suavidad impoluta de no haber rozado con aquellas manos, más
que un papel como herramienta de trabajo, les delataba finalmente como los
pequeño burgueses que se encontraban mejor entre otros estratos que en su
propio sector acomodado.
Y no me extraña nada que allí se
diviertan más. A pesar de que desconozco, y lo confieso, la vida de la alta y
mediana sociedad madrileña, estoy segura de que por los bajos fondos encuentran
el caldo de cultivo ideal para sus andanzas, historias del lumpen, las
tabernas, las terrazas, los gatitos de jazz, incluso alguno de flamenco, que
siempre se les ve por ahí paseando, a poquito que te fijes.
De entre todos los oficios que
conozco el mejor es el de escritor, claro que hay que servir, no nos engañemos
que la gente hoy en día no compra cualquier cosa en una librería, que está
nuestra economía rampando, después de más de un año de pandemia, que si ya
estábamos mal, ahora ya no llegamos ni a comprar lo básico. Y de entre todos
los escritores sin duda el trabajo de mayor rentabilidad es el de ser poeta
artesano. Muchos, bueno es un decir, unos cuantos, os preguntaréis que tiene
que ver una cosa con la otra. Os comento, si vas a dedicarte a la poesía, es
como si fueras a dedicarte a ser torero. Vaya mal oficio, mal ejemplo me ha
salido, pero sigo… Pues eso que necesitas esculpir el mejor de los perfiles, o
pintar el bodegón perfecto que acompañe a tus escritos, el conjunto es siempre
lo que nos acerca o aleja de un sujeto, no me cabe la menor duda. No hace falta
ser guapo, ni alto, ni tener la mejor figura, basta con ser un poco en todo
acompasado. La imagen que se ofrece es importante, aunque ellos te dirán que
no, que son así de desaliñados, no les creas. Cada uno de los objetos que
portan está cuidadosamente estudiado para mantener la atención a la lectura, es
como un hilo conductor que si lo sigues te muestra el paso siguiente. Por ello,
todo es de gran importancia.
La faz de cariacontecido, unas
gafas al uso, otras si acaso, convenientemente guardadas en un viejo estuche, para
la vista cansada, originales eso sí, siempre subrayan la mirada, o quizás lo
que más merece la pena, la atención del que mira. Pero no olvidan nunca la gran
consigna, su regla de oro: -nunca deben mirar a los ojos, a la cara incluso.
Timidez no, para nada, es tan sólo una pericia calculada. Si tienes suerte, o
algo en ti les llama, sólo una caída de pestañas medidamente oportuna para seguidamente
recuperar el rictus, sin moverse de su cara seria y contrita. Casi no existen
de lo etéreo, casi no respiran tu aire. Son de otro planeta, de ese dónde
habitan las letras.
¡Oh escritoras, escritores y (¿?),Oh
poetas, poetisas y poetises -como diría Irene-!
Sin duda tienen la palabra exacta
para abrir los candados, para penetrar en los más íntimos rincones del alma de
los sufrientes, porque qué es sino la palabra, una llave. Y qué es sino un
sufriente, tan sólo un alma atormentada que vive en permanente estado de alerta
para encontrar el alivio a sus males, la respuesta a sus interrogantes, una luz
que les guíe entre la penumbra. Son, somos los escritores, el arma que dispara
en medio de un safari a esa gacela que olisquea la hierba, nerviosa e ingenua.
Tenemos el poder de herir o no, de matar o no, de rematar o no. Y muchos,
muchas lo aprovechan.
Era sutil su presencia, casi
escondido, al acecho, no te miraba quizás para no levantar sospechas. Pero
estaba ahí, omnipresente, en todas partes. Los versos empleados como su veneno,
su arma certera, sabe que llegará a matar si así le apetece, más prefiere el
regodeo de las almas rendidas a sus pies, alimentando su ego, que sacia como un
animal en celo, aumentando el tamaño del monstruo que le habita. Y naturalmente
las gacelas, sin advertir la jugada, van envenenándose de versos. Si morirán o
no, a quién le importa. Si harán o no currículo, es lo de menos, porque hay que
ser muy astuta para escrutar tras los escritos de un lobo, macho alfa, aunque
aparentemente cordero.
Mientras la vida sigue y la caza,
ella le observa desde muy lejos, catalejo en mano, discreta donde las haya. No
es que pretenda siquiera formar parte de un séquito al que desprecia, sino que
como siempre lo único que busca es contar una historia, una más entre tantas.
Nadie se ha dado cuenta, pero lo
que más le gusta es la prosa, que hasta cuando escribe poesía la esconde entre
líneas, por eso nunca rima, su verso es libre, desacompasado, torpe quizás
dirías, pero nunca falto de latido, porque se nutre de la vida misma. Sin
embargo, diferente al resto de depredadores de su familia de letras, ella ya no
mata. Lo decidió hace muchos años, cuando el olor de la sangre le revolvió las
entrañas, por eso ahora sólo contempla, estudia y a continuación relata.
Ralentiza sus latidos, consume
sus fuerzas lentamente, sabedora de que cualquier excitación es ingrata, desde
que aparcó sus pasiones en una calle olvidada, cerró la puerta, cruzó aquel
paso de cebra sin mirar atrás. Se acabó, ya nada despierta su instinto de caza,
se ha convertido en espectadora y eso es lo único que le mantiene viva. Llega
un momento en que tu propia historia se escribe sola, tan sólo tienes que dejar
pasar el tiempo.
Un día de estos aprenderé que aún
cuando pretendas contar una historia, al final, siempre terminas hablando de
ti, desnudándote ante la cámara, pobres escritores, escritoras, (¿?), tan
egocéntricos que sólo saben hablar de Ellos/Ellas/Elles (que es como ojos en
inglés, pero con “Y”). Ay ojos, hojas, ojés! -como diría Irene, otra vez-.
Fin
(Inspirado en un poeta al que
tuve ocasión de arrancar una lágrima, una vez)
Qué imposible es creer a quién en infundios basa su forma de proceder Y puede ser que no fuera tras lisonja tan postrera hacer del sexo frenesí quién no confiando en sí se echa en brazos de cualquiera Aunque sin duda cayó como gato panza arriba enseñando la barriga a vivir el poeta jugó Y, sin embargo, lumbreras, seguirá siendo feliz pues nada que no supiera hízole tan infeliz Dice el sabio que por ver no se hace al deseo más sentido aunque sin duda no ver lo hizo más entretenido Dices que no fue feliz y nada más engañoso pues límpiate bien los ojos y no vuelvas a mentir.
Ahorra las malas artes o ve a buscar el rastrojo, que grano que no hace pan no ha menester el enojo. Dices que no fue feliz y se ríe entre los versos aún recordando los besos que le diste, y que te dio Un consejo entre los sordos dio una mujer una vez confiando en el milagro mueren los sapos con sed Lo hiciste bien, no se queja pero rápido aprendió que cobarde es aquel que tan sólo el cortejo valoró Si por infeliz la tienes sólo te pide un favor sigue sin detenerte que eso mismo ella obró Y si por incapaz te tienes y te falta la confianza sólo desearte suerte con la nueva pareja de danza Ahórrale las vivencias, no necesita escuchar, pues de andanzas quijotescas está muy harta ya. No es amigo quién se va amigo es quién se queda quien siempre estuvo y estará, y a ti te encontró en la calle, sobrabas hasta antes de empezar. Punto final, que el olvido es un arma de dos filos sólo para quien no quiere olvidar.
No te culpo mamá por ser censora por intentar castrarme como a ti te hicieron antes
Discutimos tantas veces. Tantas otras se impuso el guardián a mis desmanes. Alguna vez hasta deseé lo peor ¡Dios me perdone! -Si es que existe Dios-
No sé si debo o no dar las gracias a los censores, aquellos que durante toda una vida me castraron, porque precisamente gracias a ellos, la palabra me ha hecho libre, tarde, eso sí, pero aún me queda vida y donde hay aliento, habrá poesía
Cuantas veces me dijo, no hagas esto, aquello no lo hagas, y yo, lo hice
Pequeña era la ventana del cuarto de baño, donde además de aprender a fumar a escondidas, miraba a los chicos del barrio dar patadas a un balón, en pantalones cortos, y me sentía mayor
Siempre tuve un guardián, que cuidara de mi honor. Un hermano pequeño que obedecía al rigor de la moralina de antaño. Después algún compañero de viajes extraviados, que sin éxito quiso dominar mi descaro.
Luego un novio, un marido, un amante, un ignorante que pasaba por la calle, pero todos siempre igual,
haciendo prevalecer su criterio, sin más, sin discusión posible.
Para todos fui siempre la loca, esa que se negaba por norma, para sobrevivir en este mundo de hombres.
¡Qué vergüenza he sentido siempre de los guardianes, y qué asco!
Hay cafés que saben a engaño, otros saben a mal grano, grano barato. Hasta que un día descubres el CAFÉ, ese que se guarda estanco para que nunca pierda el aroma con que fue cultivado. Y entonces lo esnifas, antes de tomarlo.
Y así, como el café, cada mujer, madurando en solitario. Poco sol en las laderas temperatura, humedad y altitud, euforia tropical, y remansos de paz intercalados.
Solas, cada cual.
Hoy me dio por recordar, lo hago inconsciente, no creas, nada programado. (“It just comes natural”, decía Simplón) Surge así, sin más, sin pensarlo.
Cada vez hago más cosas así, sólo que ahora ya no me arrepiento.
Música: Leonard Cohen - Famous Blue Raincoat (Live in Dublin - edited)