Sus enormes ojeras, profundas como un abismo no dejaban ver sus ojos eran trincheras para esconderse del mundo y el alborotomos
dos o tres veces lo cierto es que me asustaba y sin embargo un imán me arrastraba a su vacío
Gritaba desesperanza, exigía piel para desgarrarla condición sine qua non el permiso a su ventana
Varias veces lo dejé por imposible hasta terminar por olvidarme traté sin embargo siempre de insuflar un gramo de ternura en su desasosiego inhumano
Sus imágenes siguen ahí, nadie las ha borrado, bajo esas trincheras aparentemente inertes se disparaba su visión
Había color, escenas cotidianas calles de una sevilla en escenarios que nadie nunca ha captado
Hoy lo entendí todo de golpe como una enorme bofetada. Alguien allá por dos mil catorce se ocupó de publicar un reconocimiento en forma de esquela y yo que lo había desterrado me enteré hoy de su muerte que al parecer ocurrió poco después de las fechas en que hablamos.
Sin tener conciencia tuve la muerte a mi lado. Había hablado con un cadáver en ciernes, en sus últimos días de vida.
Hoy sé que él lo sabía era imposible disfrazarlo la amargura salvaje de su escarnio era el resultado.
Quedan sus fotografías, ese artículo en algún lado y un pesar que arranca lágrimas por no haberlo adivinado.
Lo que si me trasladó fue su terror inhumano ese querer desgarrar la ternura de un abrazo el dolor de alguien que sabía de su fin.
Déjame darte un adiós, déjame soltar el llanto en esta suerte de Petenera, que no mereciste y que yo te regalo.
Él pensó que aislarse, quedándose a solas con su dolor, le alejaba de la vida, no contó con otras formas de acercamiento. Nunca sonrió, solo ladraba su rabia evitando hasta la palabra.
Ahora respeto tu adiós, tu paciencia con ese hilo de vida esperanza que te negaste.
¿Quién supiera escribir una Petenera ?, lo intento ...
Dispara fotos que destilan colores de su Sevilla reflejos de los volantes al volver de cada esquina El morao de sus ojeras es una madrugá esquiva un tañido de guitarras por Soleá y Seguiriya
Le lloran las paredes de un patio con membrillos mientras las moscas se alejan revoloteando consentidas atraídas al olor del azahar en el Parque de María Luisa pena que rompe un lamento en pleno enero de frío
De hiel su mirada, petenera y quejío tatuados en su carne dolor y delirio la cara erguida y su mirada al frente con el orgullo de un toro en embestida.
Fue fuerte hasta el último aliento solitario y tibio nunca dejó de mirar a través de su objetivo minero con guadaña y fuego hiriendo hasta el fondo, como sonido del bordón al final de un cante jondo