Nuestros relojes ya no cuentan
minutos cuentan muertos, asesinados por una guerra entre
hermanos que llevan largo tiempo peleados Los niños, incluso ausentes,
aprenden rápido a manejar las armas que encuentran
en el suelo. El odio es un alimento gratuito donde la comida se pudrió en los
estantes de supermercados desabastecidos Los disparos son la música de
fondo, a oídos que ya no escuchan las
explosiones, se han negado a oír ese silencio entre misiles Narices que se acostumbran al hedor de los cuerpos inertes, de la sangre seca vertida en las
aceras. Las ciudades son pasajes del
terror, mientras los zombis deambulan buscando sin mirar Buscar… Entre las basuras, entre las ruinas, entre muertos. Buscar, ojos que no quieren ver. Memorizamos nombres de nuevas
ciudades, tan rápido… pero Bucha quedará para siempre grabada en nuestras retinas. La ciudad de los cadáveres
desparramados, una más para la historia de las guerras sin sentido. Sólo una más. Aquella bicicleta ha sido el juez, Google el testigo, de cómo miente un asesino.
@Carlaestasola
Image by: Ronaldo SCHEMIDT de AFP
Música: Robert Schumann: Cellokonzert a-Moll op. 129
Hace frío, me hace falta un café hirviendo. Entre sueño y sueño desperté, y te he visto. Caminabas solo, con lágrimas en los ojos. Ella se fue a ese lugar del que no se vuelve, aunque no para de llamarte. A veces como hoy, consigue verte, un segundo, y desde sus brazos invisibles aprieta tu cuerpo. Sus lágrimas rebosan, posándose en tu hombro, más, son imperceptibles desde tu universo. Tienes que dejarla ir, pero no quieres. También tú desde hace tiempo le lloras en silencio. Todo resulta inútil cuando la muerte se interpone entre dos cuerpos. Y la sangre se te hiela en las venas, cristales que se te clavan entre los latidos. Es jodido el invierno que llevas dentro, no habrá hoguera que lo reanime, y sin embargo tus ojos, la seguirán viendo entre tus lágrimas de espejo. @carlaestasola
Musica
Mendelssohn - Canciones sin palabras / Romances sans Paroles
Hoy no me pararé en los preámbulos, directamente adentro, a degüello, vómito ... A pesar de que me adivines como si fueras tú el que escribiera No somos gotas de lluvia, somos bombas de lava, que caen por la ladera de un acantilado precipitándose antes al agua salada que el resto de la colada. Que rompen a su paso, y queman, marcando las palabras a miles de grados en la piel muerta. Hornos que cocinan versos, nutriéndose de sus propias entrañas, emergiendo como ingredientes, haciendo del fuego su universo. Aprendiendo del ritmo trepidante o lento, siempre atentos al léxico. Entreabiertos, desde las mil bocas lanzamos fuego, borrachos de silencio. Hemos estado callados demasiado tiempo, por eso nos ahogan las palabras, apremia echarlas del cuerpo. Al fin del poema, el silencio volverá de nuevo. Dejaremos que pasen otros 300 años de silencios para rellenar los canales, los huecos, las venas, para que la sangre erupcione de nuevo.
@carlaestasola
Música: Israel Fernández y Diego el Morao - Soleá del cariño
Contemplo los peces asfixiados, a Luna, la cisne negro del estanque. Hoy no ha venido a alimentarla su madre humana adoptada.
He visto banderas volando, a los pies de un paracaidista. Los aviones asustaron a mi gato, refugiado tras el cabecero de mi cama, cuando se siente asustado. Y es que a quién no le asustan los soldados.
A lo lejos escucho Rianxeiradas, el canto a quién no queremos que se vaya, la cueva de los enamorados ...
Escucho palabras en francés, en español, en hindi, en inglés, como la banda sonora de una mañana de fiesta.
Cansada, he tomado asiento, en el banco abandonado. Sí, ese, al que nadie mira.
Y mientras escribo, contemplo los arañazos en la muñeca, dejados por mi gato. Anoche no quería irse a dormir.
Sigo perdiendo cosas: El paraguas, las gafas de cerca, los abanicos, las llaves, que nunca consigo recordar donde las he dejado.
La infancia, y los globos que se alejan despacio. La adolescencia y los sueños de la radio. La juventud atrapada entre mil labios. El Norte y sus verdes, el Sur y sus blancos.
Perdí los barcos por marearme, y los aviones por no usarlos. Los trenes por ser cobarde, los coches que no conduje, por miedo a estrellarlos. Los escalones en que tropecé, y hasta la vista, perdí una vez.
Me doy cuenta de esas miradas, soy rara, lo sé.
Nadie se sienta en un banco del Retiro, para escribir sobre lo olvidado. Al menos el tiempo de escribir, no lo he perdido, sino recuperado.
Suena una primadonna desafinando, y si escuchas en silencio, a lo lejos, las notas de un saxo. Mal lugar para concentrarse en la escritura, dirán algunos, con tantos ruidos sonando.
Tendré que procurar venir un día entre semana, donde la tranquilidad quizás me permita acercarme más a lo que estoy pensando, eso de lo que quería escribir y que al final, también he terminado olvidando.
@carlaestasola
Música: JS Bach - Suite para laúd en mi mayor BWV 1006a - Evangelina Mascardi, Laúd barroco Imagen: @carlaestasola
Imposible vislumbrar el paisaje tras tanta nube de humo opacando el aire.
Conecto mi televisor para ver en directo el tremor del volcán de Cumbres Viejas.
Ni siquiera alcanzo imaginar lo que estos días soportan los palmeros.
Y eso que aquí, en casa, al arrebol de mi sofá gastado no caen cenizas volcánicas, ni lavas incandescentes queman mi cuarto de baño.
Imposible ponerse en vuestra piel, por mucho que lo intentemos.
Con tres bocas que gritan al cielo, un fuego que clama rugiendo, ríos de rojo incandescente arrollando casas, el olor a plátano quemado, a hogar quemado, a todo quemado.
Y ese humo que no cesa, incansablemente blanco, negro, gris, tostado que cambia de color y se impone al viento.
Hay personas volcán, pienso, que arrasan con todo a su paso, amor fingido, pasión fingida, fingiendo, al fin y al cabo. Representaciones con tiempo limitado, volcanes erupcionando.
Hemos imaginado alguna vez, cómo desaparecieron los dinosaurios, y sin embargo hoy en día, con sólo encender la tele o la radio, vemos o escuchamos, surgir esa nueva isla en directo.
El mar ahora elevado, en paralelo, nubes blancas que flotan ladera abajo. Lenguas de cúmulos negros que se elevan hacia el espacio, sin ser coherente. Una inmensa nube gris que el viento arrastra hacia la derecha, tiñéndose a intervalos de negro o de blanco.
La tercera boca más abajo, con un leve anaranjado, escondida entre las nubes, encendida, viva.
Tres bocas bramando tres bocas fundiendo vida, las tres gritando.
Ese volcán no debería haber despertado, y sin embargo hace ya quince días que nos roba el silencio, que nos roba la vida, que nos mata los plátanos.
Esa vida que amenazada se aferra a su tierra más que nunca. Esa montaña que sigue rugiendo, reclamando su espacio esquilmado.
Respira la tierra, esa que asfixiamos, protesta y emerge desde su núcleo, corazón ardiente, sangran sus grietas… De repente se siente culpable, busca incansable una orilla que calme su sed, y absorbe el mar en un sorbo largo.
Y crea, lo que sólo ella es capaz de crear, tierra en el mar, fajana incandescente muerte, vida que renacerá.
Sin cansancio, inagotable, en un ciclo que se repite, una y otra vez, desde hace miles de años.
Nada somos en su infinito, gotas de polvo en su falda,
piroclastos, impotentes a su paso. Meros espectadores ante el más grande espectáculo.
Miedo, pavor, incertidumbre, ante un desastre anunciado.
Ella avisa, no es traidora, tiembla antes, más la ignoramos.
Pasará, seguramente, se calmará su fuego, removerá las conciencias.
No, nunca aprendemos. Nunca aprendemos nada, si antes no lloramos.
Llueve, Madrid
es siempre tan árida que
apenas permite respirar.
El
viento es escaso, su
verano infinito y
el invierno, cálido. Pero
cuando te vas, te
la llevas clavada en la mirada, y
no puedes dejar de pensar en volver. Pocos
tienen el tiempo para
mirar a su cielo. Yo
lo hice alguna vez, lo
sigo haciendo, pero
sin sonreír al mirarlo. Antes
sin querer disfrutaba
de su luz, ahora
queriendo y
aunque su luz sigue siendo la misma ya
no desprende versos. Me
cuesta mirar sus calles, antes
llenas de risas, ahora
de ruidos insufribles que
resultan molestos. No
ha cambiado Madrid, aunque
cambia sin tregua. Tampoco
mi visión que
ahora es casi perfecta. He
cambiado yo, que
ya no me siento. Hoy
día gris, gris
el verso, gris
el corazón del poeta, como
ese cielo, que
hoy cubre Madrid. Y
sigue lloviendo.